Antes de que llegaran los españoles y se armara el chisme que duraría siglos, en Tlaxcala ya eramos potencia.
Sí, así con todas sus letras: P-O-T-E-N-C-I-A. Aquí no había un solo jefe, había un senado indígena, llamado el Tlaxcallan, formado por cuatro señoríos: Ocotelulco, Tizatlán, Quiahuiztlán y Tepeticpac.
Cada uno con sus líderes, todos tomando decisiones juntos. Nada de “el rey manda y ya”.
Aquí había política, acuerdos, alianzas… y sí, también sus buenos pleitos, pero como buenos políticos, los resolvían echándole cerebro, corazón y, cuando hacía falta, un buen teponaxtle.
Mientras tanto, en el resto del territorio (lo que hoy llamamos México), el imperio mexica tenía acorralado a medio mundo.
¿Y quién era su piedra en el zapato? Exacto: Tlaxcala. ¿La razón? Porque nunca nos dejamos conquistar.
Durante casi 100 años, los mexicas intentaron meternos al imperio y nosotros: “Gracias, pero no gracias. Aquí estamos bien, con nuestras costumbres, nuestras tierras y nuestra gente.”
¿Eso nos trajo problemas? Claro, vivíamos en bloqueo económico.
¿Y qué hicimos? Resistimos, nos organizamos, sobrevivimos. Cuando llegaron los españoles, nosotros ya sabíamos cómo movernos, aquí entra uno de los grandes: Xicoténcatl el Joven, un guerrero tlaxcalteca con carácter, inteligencia y mucha, mucha desconfianza.
Él, de entrada, dijo: “A estos barbudos ni agua.” Porque claro, ver a unos tipos blancos, montados en animales gigantes y que no sabían una sola palabra náhuatl… no géneraban confianza.
Él propuso luchar contra los españoles, y vaya que lo hizo, les dieron tremenda batalla; pero el Senado tlaxcalteca —con esa gran visión política— “decidió que, por estrategia, convenía más aliarse que pelear.
Fue entonces que Tlaxcala se convirtió en aliada de los españoles, no por debilidad, sino por estrategia. ¿Traición? Para nada bb, pura estrategia fina. Y aquí viene otro nombre que merece altar y ya lo tiene en el congreso del estado.
Tecuelhuetzin: la mujer tlaxcalteca que entendió que resistir no siempre es pelear…
Cuando se habla de la Conquista, los reflectores se van a los hombres: Cortés, Moctezuma, Xicoténcatl, Alvarado… Pero hay nombres que deberían decirse con eco en las escuelas, en las calles y en los libros: Tecuelhuetzin, hija de Xicoténcatl el Viejo, princesa tlaxcalteca.
Mujer, sí, pero sobre todo: estratega, política, diplomática, símbolo de resistencia silenciosa. Cuando se selló la alianza entre Tlaxcala y los españoles, no todo fue de dientes para afuera; el acuerdo incluyó matrimonio, pactos de sangre, promesas de respeto mutuo.
Y ahí, le tocó a Tecuelhuetzin unirse a uno de los más temidos: Pedro de Alvarado, el apodado “el sol de los valientes” (aunque para muchos pueblos indígenas… más bien fue tormenta, no sol).
Y no, no fue un cuento de hadas, ella NO vivió entre flores, vivió entre tensiones, violencia, choques culturales y decisiones difíciles.
Pero Tecuelhuetzin no fue víctima, fue una mujer que entendió el juego político de su tiempo y decidió no ser un peón, sino una pieza clave del tablero.
Desde su nueva posición, con acceso a los círculos del poder, defendió los derechos de los tlaxcaltecas, protegió costumbres, mantuvo viva la raíz indígena en medio de una ola de imposición cultural. Sabía que perder la lengua, las creencias, la identidad… era perderlo todo.
Y lo hizo mientras criaba hijos mestizos, simbolizando en su linaje la mezcla forzada, pero también la continuidad de lo nuestro.
¿Sufrió? Sí. Pedro de Alvarado era temido incluso por los suyos, violento, impulsivo, sin piedad. Tecuelhuetzin lo soportó, pero más aún: lo contuvo, lo observó, aprendió su mundo y sobrevivió al suyo.
Hoy, pocas veces se le menciona, pero si entendemos bien, fue una embajadora de Tlaxcala en medio de la tormenta. Una mujer que supo que para preservar, a veces hay que ceder en lo superficial para mantener lo esencial. Recordemos y honremos Tecuelhuetzin no como la esposa de Alvarado, sino como la política silenciosa que supo sembrar en tierra hostil, porque hay batallas que no se libran con armas… sino con inteligencia, paciencia y memoria.
Y así, con visión y acuerdos, Tlaxcala ayudó a cambiar la historia de México. Nos ganamos nuestros privilegios, tierras, respeto a nuestras costumbres, justo por todo ese valor, esa lealtad y esa capacidad de organización, en 1591 nos dijeron: “Necesitamos civilizar el norte… mándenme a los tlaxcaltecas.”
Tlaxcala fue elegida para mandar 400 familias al norte del país (Zacatecas, San Luis Potosí, Nuevo León y Coahuila) para fundar pueblos, hacer alianzas con los pueblos originarios de allá y básicamente pacificar todo… Como quien dice: “esos sí saben cómo se hace el trabajo bien hecho.”
Sí, leíste bien: no fueron los españoles, fuimos nosotros. Los españoles confiaban más en el pueblo tlaxcalteca que en su propio ejército. ¿Por qué? Porque Tlaxcala ya tenía algo que muchos no: organización, estructura, liderazgo, cultura, fuerza… y carácter.
Y allá fueron 400 familias tlaxcaltecas a fundar pueblos, establecer la paz, enseñar oficios y llevar cultura. Y hace apenas unos días, el 6 de Junio se conmemoro este hecho histórico.
Las 400 familias tlaxcaltecas deben ser recordadas como lo que fueron: Pilares de la expansión del virreinato y portadoras de nuestra cultura ancestral, fundamos pueblos, enseñamos oficios, llevamos cultura.
Extendimos a Tlaxcala por todo México. Y yo me pregunto: ¿Y nosotros, en Tlaxcala? ¿Nos estamos contando esta historia con el orgullo que merece?
La historia oficial prefirió decir que fuimos traidores, nos borraron de los libros, nos convirtieron en meme “¿sí es cierto que existe Tlaxcala?”. Pero aquí estamos, con raíces más profundas que los volcanes, con historias que no nos contaron en la escuela, pero que laten en nuestra sangre.
Hoy te lo quiero decir claro: Tlaxcala fue y sigue siendo clave en la historia de México. Somos legado,resistencia, historia viva.
Venimos de gente que no se dejó conquistar. Que supo cuándo pelear… y cuándo negociar, dejó huella, aunque quisieron borrarla.
Tlaxcalteca que conoce su historia, es tlaxcalteca que camina con la frente en alto, venimos de gente que resistió, que pensó, que negoció con cabeza fría y corazón firme.